Durante el día, mi razón y mi sentido común me dicen una cosa que, al cabo de un tiempo, acabo por ver como la mejor opción; la que menos problemas trae consigo, la más correcta y la mejor solución a mis quebraderos de cabeza. Sí, todo tan racional como las clases de matemáticas hasta que cierro los ojos y mi inteligencia se enreda entre los hilos de mi pensamiento, confundiéndola y haciendo que, todo lo que me había creído durante el día, todo lo que me he repetido y he pensado no sirve para nada. Mi razón grita desde el fondo del abismo en el que se encuentra que no me deje llevar, que eso sólo me harás más daño, pero no consigo escucharla y, como humana sentimental y expectante que soy, acabo por creer todo lo que años y años de películas chorras y preciosas me han hecho esperar del mundo cambiante e impredecible en el que vivimos.
Y como no, al ignorar a mi razón durante la noche, al día siguiente me castiga con su cruda Realidad en la que los sueños no van a hacerse realidad.
Gracias querida razón, pero siendo rencorosa conmigo no va a ayudarte en la vida.
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