Y vuelvo a caer. Una y otra vez. Pero caigo porque quiero volver a sentir todo lo que un día me invadió las entrañas. Caigo porque a pesar de los años no puedo ni quiero sacarte de mi mente. Y sé que todo esto me hace tanto daño que me destruye física y mentalmente pero aun así no me importa. Por mucho que mis amigos quieran hacerme entrar en razón, por muchas veces que me lo repita y por muchas veces que me demuestres que eres un capullo, aquí sigo.
Sigo al pie de este cañón del cual me caeré algún día. Caeré a un foso tan oscuro del que nadie podrá sacarme nunca más pero ¿qué más da si puedo disfrutar de la felicidad plena durante unos instantes? Porque para eso está la vida, ¿no? Para arriesgarlo todo por la nada.
Mi esperanza reside en ese pensamiento de algún día... pero los meses pasan y ese día nunca llega. Siempre me quedo con la miel en los labios y acabo de nuevo aquí sentada, escribiendo intentando aguantarme las ganas de echarme a llorar. Ganas de encerrarme y no salir durante una semana a la calle. Y en ese tiempo estar yo sola, pensando sin parar y poner de acuerdo de una maldita vez a mi cabeza y a mi corazón porque esta situación es cada vez más difícil de sostener y yo ya no puedo más.
Siento que cada vez estoy más al borde de ese precipicio y llegará un momento en el que ya no quiera luchar contra la inminente caída y, simplemente, me deje llevar. ¿Hacia dónde? Pues lejos. Muy lejos de aquí.
